El uso público de la historia consiste en la recuperación e interpretación del pasado y de las distintas representaciones que son construidas y propuestas para sostener identidades nacionales en conflicto. Existen intereses de diversa entidad y naturaleza que se han venido practicando a lo largo de la historia, desde la solemnidad de las conmemoraciones identitarias hasta la trivialización de la publicidad y de la propaganda. El uso público de la historia degrada a la Historia, transformándola en una ciencia meramente instrumental, sin más razón que su utilidad para ser usada.
El uso público de la historia provoca que el pasado no sea libre, ya que está controlado, magnificado y envilecido por conveniencia.
Los dirigentes hacen un uso público de la historia a través de los símbolos y de los mitos. Estos elementos componen una memoria colectiva que permite rememorar los recuerdos compartidos de un pasado percibido y orientado hacia el presente. Con las expectativas de estos recuerdos, los políticos pretenden dirigir las aspiraciones pasadas hacia el futuro. Asimismo, los líderes nacionales pueden tomar el camino de no recordar lo que no les interesa, porque el olvido tiene la misma importancia que la conmemoración.
Todo esto es un proceso selectivo y en permanente construcción, porque las nuevas memorias reconstruyen a las anteriores para que confluyan y converjan con el presente. Esta manipulación se efectúa mediante la repetición, la superposición de las nuevas memorias sobre las anteriores y el acoplamiento de estas sobre el pensamiento colectivo de toda la sociedad.
El pasado no es libre, ya que está controlado, gestionado, conservado, explicado, conmemorado, magnificado y envilecido. Además existe un espacio oficial nacional que hace la función de conservación y de conmemoración del pasado mediante la construcción de museos, mitos y de lugares de memoria.
Estos elementos se crean con el objetivo de alentar el espíritu nacional. La memoria nacional presenta una temporalidad propia que establece y determina las fechas de las fiestas nacionales y de las conmemoraciones. Estas celebraciones se convierten en una especie de llamada a los tiempos heroicos y constituyen una vuelta a los orígenes del pasado legendario nacional. El pasado controlado es finalmente transformado en un conjunto de gestos, imágenes y ritos que conforman la tradición y la identidad de una sociedad determinada.
Esta alteración se realiza mediante la selección de un conjunto de evidencias reguladas políticamente para la creación de un hábito nacional que está construído a partir de relatos míticos y de ritos inventados o magnificados. Los dirigentes tratan de elaborar una saga identitaria que dé continuidad y legitimidad a su gobierno. El peso del pasado y su uso en la construcción de las identidades nacionales colectivas dan lugar a varias formas de manifestaciones públicas, como las fiestas estatales y las conmemoraciones de aniversarios de acontecimientos y personajes históricos.
El uso público de la historia posibilita que las tradiciones nacionales se inventen según las motivaciones de los actores interesados en que arraiguen en la sociedad.
Los rituales públicos representan visiones míticas del mundo en su forma más simple y dramática, mezclando símbolos con el objeto de simplificar la percepción de las relaciones entre los individuos y de enlazar los factores emocionales con las reglas éticas y jurídicas que comparte la sociedad. El uso político del ritual y su valor ideológico tiene el fin de proporcionar legitimidad a las instituciones, pues rige los aspectos sociales y culturales por los que se producen las fiestas y las conmemoraciones.
El futuro está configurado por el presente, porque la memoria del pasado establece los hechos. El presente polariza un acontecimiento y un presente sin futuro ni pasado consigue adulterar a ambos según las necesidades particulares que los dirigentes detenten. Las tradiciones percibidas en el presente son inventadas a partir de las motivaciones de los actores políticos interesados. La memoria histórica es usada como un instrumento para conseguir un fin político determinado.
La memoria histórica solo puede ser corregida a través de la contestación, de la réplica y de la aceptación de que una festividad conmemorativa no presenta únicamente la cara que le está confiriendo un determinado gobierno. Tras fraguarse un cambio de régimen político, los dirigentes del Estado elaboran una selección, redescripción y resocialización de la memoria.
De esta forma, el nuevo gobierno resultante crea una cultura de la memoria que presenta abismales diferencias entre lo que manifiesta y expone públicamente y lo que señala y asevera la investigación histórica. Los políticos se adueñan de la memoria, y esta actúa como una agenda que se encarga de graduar y seleccionar interesadamente la importancia de la información difundida por los políticos y consigue superponer esos datos sobre otros más veraces y fidedignos.
Bibliografía:
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