


Los prisioneros hacinados en los lager sentían en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Los reclusos vivían en un entorno repleto de hambre y de violencia, por lo que tuvieron que adaptarse rápidamente a un espacio muy hostil para sobrevivir a su exterminio.
En un campo de concentración, no había tiempo para consideraciones morales y éticas. Los prisioneros habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia y estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio con tal de salvarse.